En el Cementerio Oeste de Comodoro Rivadavia, unas ocho personas conviven a diario con la muerte. Desde la poda de árboles y el mantenimiento de tumbas, hasta los entierros y las exhumaciones, los sepultureros llevan adelante un trabajo que exige templanza y empatía con las familias. Su tarea, que no es para cualquiera, combina respeto, profesionalismo y una cuota de frialdad para sostener el día a día en un lugar donde la muerte es rutina y la vida, un aprendizaje constante.
Compartimos una jornada con Eduardo y Nicolás, dos jóvenes sepultureros que, cada mañana, apenas cruzan el portón de ingreso a su trabajo, la muerte les da la bienvenida. Nicolás es muy joven, pero hace ocho años que trabaja en el Cementerio del Oeste; su hermano ya estaba trabajando allí cuando surgió una oportunidad para él y no lo dudó, aunque admitió que “no me imaginé el trabajo que se iba a tener que hacer acá”. Eduardo, en cambio, tiene 14 años de experiencia y algunos sinsabores superados.
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“El primer día me tocó hacer el mantenimiento del predio: podar, limpiar, y los chicos nos iban mostrando de a poco cómo se hacían el resto de los trabajos”, explicó Nicolás, que se fue metiendo de a poco en un mundo desconocido. “Fuimos amortiguando un poco el impacto que tiene ver un cadáver y los huesos. Después me tocó hacer servicios, que es cuando viene la carroza fúnebre; nosotros la esperamos en el lugar donde se va a sepultar. Bajamos el féretro y después lo tapamos con tierra, ponemos las coronas, se pone la cruz y ese es todo el trabajo.”
Los sepultureros realizan tareas de mantenimiento, servicios y exhumaciones
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En el Cementerio Oeste se realizan, en promedio, entre tres y cinco servicios por día, unos cien al mes, para los que se necesitan entre cuatro y cinco personas, porque los cajones pesan entre 80 y 150 kilos, dependiendo de la persona y del ataúd.
TESTIGOS DE DESPEDIDAS
El impacto emocional del trabajo en el ámbito de los servicios funerarios es innegable. Nicolás, compartió su experiencia en la atención a familias que atraviesan momentos de profundo dolor. «Hoy tengo una hija de dos años, y los servicios de entierro de niños o bebés me tocan más fuerte. Aunque sabemos que es nuestro trabajo, hay que tratar de hacerlo lo mejor posible y mantener nuestras emociones firmes», declaró con una mezcla de resignación y profesionalismo. La labor de Nicolás, al igual que la de sus compañeros, no solo implica la gestión logística de un entierro, sino también la carga emocional que cada servicio conlleva. En este sentido, agradeció el apoyo de su equipo, destacando la importancia de tener un espacio para compartir y desahogar lo vivido. «Entre nosotros lo charlamos, muchas veces podemos desahogarnos. También podemos decir ‘este servicio no lo hago porque me va a hacer mal'», explicó.
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Nicolás trabaja hace ocho años en el Cementerio Oeste
Las situaciones que enfrenta son complejas y variadas. La despedida de un hijo por parte de una madre o viceversa son momentos que dejan una huella imborrable. «Te toca como distintas partes de la vida y uno tiende a apreciar el valor de –en mi caso– de mi hija, de mis papás, de mis hermanos. Uno piensa ‘no sé cuándo va a ser la última vez que los voy a ver’ y el cementerio te lo recuerda todos los días», reflexionó Nicolás.
Eduardo realiza actividades recreativas para «desconectar» con su trabajo
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Eduardo y Nicolás comparten una visión común sobre el desafío de desconectarse del trabajo al finalizar la jornada. Para Eduardo, la dificultad radica en establecer un límite claro entre su vida laboral y personal. Su método consiste en involucrarse en actividades recreativas que le permiten olvidar las responsabilidades laborales, enfatizando la importancia de no llevar el trabajo a casa, ya que esto puede afectar el bienestar personal. «Salgo del trabajo y listo», afirma, resaltando la necesidad de desconectar mentalmente. Por su parte, Nicolás también enfrenta esta lucha, dividiendo su tiempo entre la familia, el deporte y el estudio, y considera esencial despojarse de las experiencias laborales del día para regresar a un entorno familiar saludable.
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¿DÓNDE TRABAJÁS?
Cuando les preguntan de qué trabajan, los sepultureros suelen recibir caras de sorpresa, alguna risa incómoda y muchas preguntas curiosas. No todos se animan a decirlo, pero para ellos, cuidar y acompañar el último adiós es parte de la vida cotidiana. “Trato de no hablar mucho de mi trabajo”, dice Eduardo, a quien suelen preguntarle si por las noches sueña con el cementerio o cómo lucen los ataúdes cuando se hace una exhumación, por ejemplo. “La gente piensa que trabajamos de noche; pero no; a las cuatro o cinco de la tarde ya nos vamos a casa”.
El Cementerio Oeste está ubicado en el corazón del barrio José Fuchs. El predio es enorme y casi es imposible calcular la cantidad de tumbas y nichos que hay. Lo que sí se sabe con certeza es que ya no hay tierra disponible para nuevos ingresos. Por esa razón, este mes se inició una campaña de levantamiento y exhumación de más de cuatrocientas tumbas, abandonadas, antiguas o sin responsables, que permitirá liberar espacio; un procedimiento que implica trabajo conjunto y respetuoso.
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LEVANTAR Y EXHUMAR
Antes de comenzar, los familiares son notificados por diferentes medios y pueden optar por reubicar los restos de sus seres queridos en tierra o nicho, cremarlos o trasladarlos a un osario, un espacio confinado -en este caso subterráneo- donde permanecen por un tiempo determinado. Las familias pueden estar presentes durante este proceso, que suele ser una experiencia movilizadora, porque se revive el dolor de la pérdida.
Una exhumación puede hacerse en cualquier sección del cementerio pasados los seis años de sepultado. “Tenemos que esperar a que el cuerpo esté totalmente descompuesto; nosotros no podemos manipular los cuerpos si todavía existe líquido, grasas o alguna otra sustancia que nos pueda afectar a nuestra salud. Tiene que estar reducido a huesos”, aclaró Nicolás. Por su parte, Eduardo se refirió a una de las preocupaciones mayores que manifiestan los familiares, y es la idea de que los restos son levantados sin ningún tipo de cuidado o protocolo; algo totalmente alejado de la realidad.
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Los trabajos de levantamiento se inician con máquina y se finalizan a pala
«El procedimiento se realiza con la máquina (retroexcavadora). Llegamos hasta cierta profundidad hasta ver la tapa del ataúd. Esa es nuestra guía; luego ingresamos a la fosa y terminamos de hacerlo a pala unos 30 cm más o menos hasta llegar a los restos óseos. Tratamos de sacar todo completo; la mayoría de los cajones tienen una bolsa abajo», explicó Eduardo.
“La parte más difícil – dice Nicolás – es retirar todos los restos, porque abajo hay huesos, ropas, bolsas, objetos, cadenas y recuerdos. Ese espacio tiene que quedar limpio porque después se va a reutilizar la fosa. Encontramos mucha ropa y objetos intactos. El desafío diario es tener cuidado de no romper la lápida, porque para el familiar es muy duro ver que su lápida o el objeto preciado ya no va a estar más”, comentó Nicolás.
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Eduardo apuntó que “tratamos de que no sean tan feos para la familia que viene a presenciar la exhumación. Hay muchas familias que vienen y nos dan conversación, y uno tiene que ir charlando y acomodándose con la familia. Hay otros que, por ahí, lloran porque se acuerdan de cosas; entonces, nosotros tratamos de alentarlos, que no se sientan mal y que sepan que es un proceso nada más”, dijo Eduardo.
Los procedimientos se realizan con todos los elementos de seguridad. A las ocho de la mañana, cuando comienza la jornada laboral, los sepultureros retiran de las oficinas principales indumentaria y elementos de protección personal antes de comenzar con los trabajos: cubre botines, mamelucos desechables, barbijos, máscaras con filtros, impermeables, guantes anti cortes y de nitrilo, entre otros.
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Los huesos se disponen en urnas y se reubican
“Si el familiar decide reubicarlo en otra zona, junto a otro familiar, lo hacemos automáticamente. Disponemos todos los huesos dentro de la urna de madera; se lleva a la sección, se hace el pozo de vuelta en la fosa, se deja la urna y se vuelve a tapar. Si deciden que vaya a nicho, también. Si va a osario, se pone en otro lugar.”
Convivir diariamente con la muerte requiere una fortaleza especial. Los sepultureros son testigos silenciosos del dolor ajeno y, a través de su trabajo, ofrecen un último gesto de cuidado y dignidad a quienes ya no están.
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LAS PROFANACIONES
El robo de placas de bronce en el Cementerio Oeste es uno de los hechos frecuentes que Eduardo mencionó: “Eso nos molesta mucho. Nosotros salimos a recorrer el cementerio cuando ingresamos por la mañana para ver si todo está en orden y muchas veces vemos placas escondidas, tapas rotas y nos preguntamos: ¿con qué necesidad hacen eso? Nosotros cuidamos este lugar, es muy grande y lleva su tiempo recorrerlo.” A eso se deben sumar las tareas de mantenimiento y los tres o cuatro servicios diarios.
El robo de placas es una de las problemáticas más frecuentes
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Entre el trabajo físico, la empatía con los familiares y el peso de la rutina, Nicolás, Eduardo y todo el grupo de trabajo sostienen la memoria de la ciudad, en un lugar donde la vida y la muerte se cruzan todos los días.