Ninguna regla en la política está escrita en piedra. Precisamente todo lo contrario: si hay algo que la caracteriza es su extrema flexibilidad para que las cosas más inesperadas ocurran, sea paz o guerra. En ese sentido, la consigna “attack, attack, attack, never defend” es buena siempre y cuando se den ciertas condiciones. Porque toda estrategia es un traje a medida del protagonista. Si atacar fuese siempre la recomendación indiscutida, ningún moderado hubiese ganado jamás una elección, y el atacante tendría la victoria asegurada. Y si no, pregúntele a Sergio Tomás Copperfield qué efecto tuvo su agresividad incesante en el debate “por sí o por no” de cara al balotaje, el día en que se empezaron a contar los votos. “De manera que en esta vida es todo relativo”, dijo Perón en 1973.

El Gobierno había mostrado en estos quince meses de gestión una habilidad extraordinaria para que el debate entre la violencia y el orden estuviese claramente de su lado, activando a las fuerzas de seguridad al mismo tiempo que desactivaba el financiamiento de la movilización social, amparado por una sociedad que quería calma para soportar mejor el ajuste. Muchas especulaciones preasunción presidencial se habían hecho respecto a que la dureza prometida en el espacio público pudiese generar muchos dolores de cabeza, que finalmente no sucedieron… hasta esta semana. Los sucesos negativos siempre se nutren un poco de imprevisión y un poco de mala suerte. El Javo y la Pato trataron de cambiar el eje de la discusión mediante el “attack, attack” denunciando algo como un golpe de Estado, un clásico de la historia universal. Desde Alfonsín para acá todos recurrieron al argumento “destituyente” en momentos incómodos.

Difícilmente haya un desgaste –permanente– de la imagen del Gobierno por este hecho. Ese no es el punto. Lo importante es la secuencia. Desde el discurso del león en Davos –17 de enero– hasta acá, el oficialismo lleva tres meses en modo “defend”, porque se metió en camisa de once varas de manera innecesaria. Recordemos: Davos, Libragate, jueces de la Corte por decreto, licitación de la Hidrovía, polémica Caputo- Manes, represión a la marcha de los barrabravas, una nueva “Antonini Wilson”, entre otros. A todo gobierno le pasa: el que hace, comete errores, lógicamente. La cuestión es qué se hace frente a esos errores.

Esto no les gusta a los autoritarios

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El admirado Carlos Salvador Bilardo siempre alertaba sobre los córners con pelota cruzada al segundo palo, porque decía que el peligro de gol era mucho mayor. Para evitar la sorpresa hay que tener bien entrenada a la defensa. Al Milei team le cuesta ordenarse frente a las crisis. Tienen mucha dificultad para imponerse en el debate frente a la opinión pública cuando el issue no lo impuso de entrada el propio oficialismo.

A favor del Gobierno es que ninguno de los temas de la secuencia mencionada tiene un efecto concreto en los ciudadanos de a pie. Pero ojo, porque pueden tener dos tipos de impacto: 1) simbólico, que es cuando alguien se forma una opinión negativa en función de sus valores (por ejemplo, el Libragate podría producirlo si se revelase connivencia oficialista), y 2) sensación de sumatoria de errores, es decir, “hay algo que no está funcionando bien en el sistema de decisiones” (acá lo importante es la acumulación de percepciones).

Nunca es bueno que un gobierno pierda batallas en el plano del poder, no tanto porque eso le afecte en la calle en lo inmediato, sino porque tarde o temprano se termina ajando la imagen, frente al liderazgo que luce desteñido.

Para evitar eso, la administración libertaria debería elegir con más cuidado las batallas que da, como aconsejó Sun Tzú hace apenas 2.500 años. Las derrotas desgastan, bajan la moral de la tropa, generan confusión estratégica y, lo peor, es que todo eso lo sepa aprovechar el adversario.

Hablando de bajar la moral de la tropa, el “diálogo” entre el joven maravilla (¿Javo es Batman y Santiago es Robin?) y el diputado Manes intensificó un debate dentro de los bloques de legisladores nacionales respecto a que ellos tienen que poner el cuerpo por decisiones ajenas a su ámbito, sin posibilidad de incidencia. Dado que es un proyecto político verticalista y sin ninguna actitud de contención, la probabilidad de quiebres y ausencia de códigos es más alta. ¿Existe acaso en el triángulo de hierro una mirada mística y trascendente del rol histórico del proyecto Milei más que científica? ¿Los propios socios del asesor estrella han ido notando una mutación personal en los últimos tiempos, cuyo ícono fue la ficha de afiliación?

Ya van dos provincias con elecciones adelantadas –Salta y Jujuy– donde la oferta libertaria va dividida. ¿Falta de conducción o guiño del gobierno nacional en dos provincias dialoguistas? ¿Es la alianza local del oficialismo chaqueño con LLA un banco de pruebas sobre lo que podría reproducirse en varios lados de cara a la elección nacional? Por ahora, la mayoría de los prospectos locales son deslucidos –como Olmedo en Salta o Abdala en San Luis– salvo honrosas excepciones.

Por ahora Cristina y Javier no se pusieron de acuerdo, con lo cual los dos jueces supremos propuestos se van a caer alguno de estos días, desatando todo un debate legal sobre García-Mansilla, el único que juró y el que menos apoyo tiene. El oficialismo se negó a negociar una lista de 150 jueces para el toma y daca, ¿por ética o por miedo? Pos-Libragate y decreto de nombramiento en comisión, el kirchnerismo decidió que quedar pegado era un precio demasiado alto. Y como si esto fuera poco, la “bicha cruel” está desgastada porque demostró no tener suficiente muñeca para manejar la Cámara Alta, dicho esto por senadores que la bancaban al principio. Recordemos que, por ahora, no tiene asegurado el manejo administrativo del cuerpo, nada más, ni nada menos.

Mientras, el Gobierno rasguña las piedras en Plaza Congreso porque “libres vamos a crecer”, los manifestantes dirían que “si estoy cansado de gritarte, es que solo quiero despertarte”. Todo en una misma canción.

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