Un desahogo que maquilló el hartazgo

¡Cómo le gusta a la FIFA organizar mundiales en dictaduras! Ahora anunció el Mundial 2034 en Arabia Saudita. Por razones obvias de cómo funciona el capitalismo global, los medios hegemónicos y demás instancias del establishment, a Arabia Saudita, candorosamente, se la llama “monarquía”. Pero si no tuviera petróleo, sin dudas la llamarían dictadura.

Cito este largo párrafo del informe de Amnistía Internacional de 2023 sobre Arabia Saudita: “Las autoridades persiguieron a personas por ejercer pacíficamente su derecho a la libertad de expresión o asociación; algunas fueron condenadas a largas penas de prisión o a muerte tras juicios manifiestamente injustos. Se siguió sometiendo a defensores y defensoras de los derechos humanos a reclusión arbitraria o a la prohibición de viajar tras haber quedado en libertad condicional. Los tribunales impusieron condenas a muerte tras juicios manifiestamente injustos, incluso a personas que eran menores de edad en el momento del presunto delito, y se llevaron a cabo ejecuciones por una gran variedad de delitos. Se cometieron graves abusos contra los derechos humanos de personas migrantes, como homicidios en la frontera con Yemen y situaciones que podían equivaler a trata de seres humanos con fines de explotación laboral. Miles de personas fueron devueltas involuntariamente a su país de origen en el marco de las medidas enérgicas aplicadas contra migrantes sin documentación en todo el país. Las mujeres seguían estando discriminadas en la ley y en la práctica”. Podría seguir un largo rato más, pero prefiero dejar acá. Dicho de otro modo: lo único que importa para organizar un mundial es que haya mucha, mucha, mucha, mucha, mucha guita. Eso es todo.

Y ya que hablamos de mundiales, se acaban de cumplir dos años del triunfo de Argentina en Qatar (otro país que… en fin). Los momentos altos de esa selección (como los primeros 60 minutos de la final) fueron tal vez lo mejor que jugó una selección en su historia. Pero los momentos bajos (la forma en que de golpe le hacían goles en minutos, como contra Arabia Saudita, Holanda y la propia Francia) fueron peores que los peores momentos de los mundiales 78 y 86, el otro par de campeones. Una selección taquicárdica, con un Messi extraordinario, por momentos conmovedor.

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Conmovedores también fueron los festejos, la movilización popular más grande de la historia argentina. Pero también, vistos desde hoy, fueron festejos que dan a pensar. ¿Lo que había ahí era alegría o desahogo? (o ambas cosas a la vez). Y en ese caso, ¿desahogo de qué? ¿Por qué? Todo ocurrió como si allí, como una especie de huevo de la serpiente, se estuviera generando algo que se manifestó muy claramente tiempo después, con el éxito electoral del neofascismo de Milei. Ese desahogo nos estaba informando sobre un hartazgo público, sobre una fractura y una fragmentación social sin precedentes, sobre la necesidad de cerrar una época y empezar otra, la del grito, el insulto, la violencia verbal (y no solo verbal, piensen en los copitos…) de la política. Alegría futbolera y desdicha política, todo a la vez.

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