Alerta global: el 78% de la tierra está más seca que en 1990 y cuáles son las dos regiones argentinas en el mapa caliente

Enviada especial a Riad – La tierra que pisamos, de la que depende el 95% de los alimentos que consumimos, que sostiene a los árboles que purifican el aire y dan sombra y que almacena agua, está secándose. Y está secándose rápido. El 77,6% del suelo del planeta presentó mayor sequedad en el período entre 1990 y 2020 si se lo compara con sus propios parámetros entre 1960 y 1990. Esa información, a la que tuvo acceso Infobae, será la noticia más potente que dará la 16ª Conferencia de las Partes (COP16) que organiza la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (UNCCD, por sus siglas en inglés) en Riad, Arabia Saudita.

El informe “La amenaza mundial de las tierras áridas: tendencias globales y mundiales de la aridez y proyecciones futuras” elaborado por la UNCCD da cuenta de que la “crisis de la aridez”, tal como llama a la sequedad cada vez mayor de los suelos, podría tener impacto directo en la vida cotidiana de 5.000 millones de personas hacia 2100. Ese escenario futuro alarma a los científicos que trabajaron en el informe, y a la unidad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) dedicada a luchar contra la degradación del suelo, la desertificación y las sequías.

Pero no sólo el futuro es motivo para preocuparse. Con el presente ya alcanza para que los especialistas hagan sonar las alarmas a nivel global: la tierra secándose masivamente es un problema cada vez más grave, y los pronósticos, si no se introducen mejoras concretas y rápido, son pesimistas.

Sin contar la superficie de la Antártida, ahora mismo el 40,6% de la tierra del planeta ya cumple con los parámetros para ser considerada “tierra seca”. En treinta años, los suelos con esos parámetros de sequedad crecieron 4,3 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale a un terreno un tercio más grande que la India. Ese crecimiento veloz es lo que alerta a los científicos que llevaron adelante la investigación.

“Por primera vez, un organismo científico de la ONU advierte que, más allá del calentamiento global, la quema de combustibles fósiles también está provocando la desecación permanente de gran parte del planeta, con efectos potencialmente catastróficos sobre el acceso al agua”, destacó Barron Orr, científico jefe de la UNCCD, a partir del informe que lideró.

En los últimos treinta años, alrededor del 8% del suelo empeoró en cuanto a sus niveles de aridez: algunas zonas húmedas se convirtieron en tierras secas, otras secas se convirtieron en áridas, y algunas áridas se acercan raudamente a la desertificación. Las consecuencias en cuanto a la agricultura, los ecosistemas y los habitantes de esas tierras son graves y las hay de corto, mediano, y largo plazo.

La investigación asegura que hacia 2020 ya había 3 de cada 10 habitantes del planeta viviendo en una zona árida, un crecimiento notable respecto del 22,5% de 1990. Además, según las proyecciones de la UNCCD, se espera que la desecación de los suelos implique pérdidas millonarias para los cultivos mundiales. Hacia 2040 la caída de los rendimientos agrícolas podría suponer 20 millones de toneladas menos de maíz, 21 millones de toneladas de trigo y 19 millones de toneladas de arroz. Menos alimentos y, los disponibles, de peor calidad.

Otro escenario para preocuparse: según prevé el informe, que será el plato fuerte de esta conferencia en cuanto a las conclusiones a las que el mundo científico pudo llegar hasta ahora, para 2100 la capacidad del suelo de absorber agua habrá caído 67%. Eso, por definición, profundiza más rápidamente la desertificación de los suelos, empeora los ecosistemas, deja a los seres vivos con menos sombra -esto parece un detalle “estético” pero es una preocupación creciente en las grandes ciudades y entre los productores de alimento- y al mundo vegetal con menos posibilidades de desarrollarse.

Es ese círculo vicioso, plagado de complicaciones cada vez más grandes y graves, el que lleva a los especialistas a hacer un llamado a la acción. “Sin esfuerzos coordinados, miles de millones de personas se enfrentan a un futuro marcado por el hambre, las migraciones y la caída económica. Sin embargo, si adoptamos soluciones innovadoras y fomentamos la solidaridad mundial, la humanidad puede hacer frente a este reto. La cuestión no es si tenemos las herramientas para responder, sino si tenemos la voluntad de actuar”, aseguró Nichole Barger, presidenta de la interfaz científico-normativa de la UNCCD.

No es nada casual que el informe más completo hasta ahora de los elaborados por la ONU sobre aridez y desertificación se presente en esta COP16, la más convocante de las que lleva organizadas la UNCCD, y una que se celebra en medio de un territorio en el que la urgencia de ocuparse del suelo está en boca de todos. Arabia Saudita, uno de los países caracterizados por su abundancia de desierto, sabe como sus pares de Medio Oriente y como una vasta superficie de África de qué hablamos cuando hablamos de aridez.

Pero el problema ya es global. “A diferencia de las sequías -períodos temporales de escasas precipitaciones-, la aridez representa una transformación permanente e implacable. Cuando el clima de una zona se vuelve más seco, se pierde la capacidad de volver a las condiciones anteriores. Los climas más secos que afectan ahora a vastas tierras de todo el planeta no volverán a ser como antes, y este cambio está redefiniendo la vida en la Tierra”, alerta la investigación.

¿Qué hay detrás de la desecación de la tierra? El cambio climático desencadenado por actividades como las emisiones de gases de efecto invernadero es el principal problema a la hora de combatir la aridez. Los cambios en el uso del suelo también impactan, porque lo calientan e impactan en las precipitaciones y en la capacidad de ese suelo de absorber y retener agua. Todo conduce a tierra cada vez más seca.

¿Qué pasa en Argentina?

El 95,9% del continente europeo está más seco que en 1990. Es una de las zonas del planeta más afectadas en el último tiempo por la tendencia global a la desecación. Ese impacto profundo también ocurre en la costa oeste de Estados Unidos, en el este de Asia, en África central y en Brasil, especialmente en las regiones más impactadas por la escasez de agua y los incendios forestales.

A contracorriente del 77,6% de los suelos, hay zonas en el centro de Estados Unidos y del sudeste asiático que están más húmedas ahora que en 1990. Pero son la excepción a una regla que se generaliza en el mundo entero.

Hay dos regiones de la Argentina que, aunque no están ahora mismo entre las más secas del planeta, sí aparecen como “puntos calientes” en cuanto a lo rápido que se están produciendo los cambios en su suelo, según el informe de la UNCCD.

Por un lado, el noroeste argentino está entre las zonas del mundo en las que crece de forma vertiginosa el paso de tierras no secas a tierras secas. Esa característica es compartida con el noreste de Brasil, la península de Yucatán, el oeste de Estados Unidos y la región que rodea al Mar Mediterráneo en su totalidad. También por grandes extensiones de tierra en el noreste de China, en Mongolia y en el sudeste australiano.

Lo que llama la atención de los investigadores es el cambio significativo que se produjo en apenas treinta años en buena parte de esas superficies, en donde el crecimiento de las llamadas “tierras secas” fue rápido.

No es la única zona de nuestro país que aparece como un “punto caliente” en los mapas elaborados por la UNCCD en su informe. El sureste argentino también llamó la atención de los investigadores. Es que, según las proyecciones, se espera que de acá al 2100 haya allí un crecimiento significativo en las tierras secas en detrimento de las tierras húmedas, tal como ocurrió en los últimos treinta años en el noreste. Ese no es el único problema de la costa patagónica: al haber allí regiones que ya son consideradas áridas por las características de su suelo, se espera que ese proceso se profundice e incluso lleguen a presentarse zonas calificadas como desérticas en el mapa.

Hay un dato de las proyecciones a futuro que no permite el optimismo: en caso de que el escenario de emisiones de gases de efecto invernadero se sostenga tal como hasta ahora, el caudal anual de las aguas que bajan de la Cordillera de los Andes podría reducirse en un 40% para 2100. Esa caída tendría impacto directo en una mayor desecación de los suelos. Otro eslabón más en la cadena de problemas de un planeta que da claras señales de alerta.

Lo dice el informe, lo dicen las autoridades científicas del organismo especializado de la ONU y lo dirán este lunes, en la que podría ser la conferencia de prensa más resonante de la COP16, los encargados de presentar la investigación. El escenario es mucho más complicado que hace nada más que treinta años, y de aquí a fin de siglo podría volverse aún más grave.

Por eso llaman a la acción. A poner en marcha prácticas públicas y también privadas que puedan revertir la desecación de la tierra: menores emisiones de gases de efecto invernadero, mayor cuidado del uso del agua, mayor control sobre los usos productivos del suelo y prevención de incendios forestales son apenas algunas de las medidas posibles para preservar el suelo. Ese suelo que damos por sentado, en el que crece el alimento y la vegetación, y en el que se aloja el agua. Ese suelo del que dependemos para que la vida sea vivible.

spot_img

More from this stream

Recomended