(Desde Islas Malvinas) Fue un día particularmente inclemente, con fuertes vientos, lluvia que de pronto se transformaba en agua nieve y con un frío bajo cero que sorprendió a los lugareños, quienes aseguraron que en días pasados habían disfrutado de una temperatura de 25 grados.
Cerca de las diez y media de la mañana, comenzaron a llegar al cementerio las combis que traían a los familiares de caídos. La prioridad para ser de la partida en esta oportunidad la tuvieron madres y padres, muchos de ellos de avanzada edad que estuvieron acompañados por sus más allegados. Son 26 y superan los 85 años. Muchos nunca habían viajado y menos volado, y hubo que conseguirles en tiempo récord el pasaporte.
No todos lo dijeron abiertamente, pero posiblemente este haya sido su último viaje. En esta oportunidad, se incluyeron a familiares de muertos en el Crucero General Belgrano y del Isla de los Estados.
La concreción de este viaje es el resultado de una empresa contrarreloj que a puro pulmón lleva adelante la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, coordinando con los gobiernos argentino y británico y contando, además, con el invalorable apoyo de Aeropuertos Argentina, quien siempre estuvo junto a los familiares. El empresario Eduardo Eurnekian fue clave en la construcción del cementerio argentino en las islas y de su mantenimiento, y además se ocupa de organizar y financiar los vuelos charter con familiares de caídos.
Fue Eurnekian quien, por propia cuenta, asumió el compromiso, el mismo que el Estado no había querido asumir, y llevó adelante la reforma del viejo cementerio que se había levantado cuando la guerra terminó. Los familiares y veteranos solo tienen palabras de gratitud hacia él, ya que por su intermedio pueden viajar a las islas y visitar las tumbas de quienes descansan en paz desde que se construyó el lugar adecuado y merecido para quienes dejaron su vida por la patria.
Emilia Fernández, de 94 años, debió ser trasladada en silla de ruedas y se notaba su fragilidad de anciana que no se movía de la tumba de su hijo y preocupaba a todos. Era asistida por su nieto Luis, quien se tatuó en su brazo izquierdo el dibujo que en su momento fue publicado por Infobae y dio la vuelta al mundo, que la muestra a ella sentada frente a la tumba de su hijo, y éste vestido de soldado, está arrodillado frente a ella. En esta oportunidad colgó de la cruz blanca flores tejidas al crochet.
Para Coca Calbín, mamá de Horacio Balvidares, aquel soldado que murió en la noche del 13 de junio luego de rescatar a Pedro Adorno, su compañero herido en Tumbledown, confesó resignada que ésta era la última vez que iría a Malvinas. Tiene que hacer mucho esfuerzo para caminar, y se ayuda con un bastón y con su hijo Alejandro, que fue su sombra inseparable.
La jornada había comenzado el día anterior cuando todos los familiares se reunieron en el Hotel Presidente, donde recibieron la visita del canciller Gerardo Werthein, pero quien se llevó los saludos y las selfies fue su antecesora, Diana Mondino, ya que gracias a sus gestiones, este viaje fue una realidad.
Se despegó de Ezeiza a las 1:30 del miércoles, en un vuelo charter de la empresa Andes, costeado por Aeropuertos Argentina. Se hizo escala en Río Gallegos, donde subieron familiares y se cargó combustible, que alcanzaría para volar a las islas y regresar a Buenos Aires.
Las exigencias isleñas obligaron a que los periodistas presentasen diversos papeles. Además del pasaporte, una solicitud de permiso de visita, una declaración firmada en el que se afirma que no se ingresan determinados productos, que no era la intención de residir o trabajar sin los permisos necesarios, y la constancia de un seguro médico. Para la acreditación, se debió enviar copias del pasaporte, del documento nacional de identidad, de la credencial de periodista y llenar dos formularios más.
La Virgen antes prisionera, ahora prohibida
Los familiares llevaron la imagen de la Virgen de Luján, la que estuvo en poder de los británicos durante treinta años después de terminada la guerra, y que nos fue devuelta en una emotiva ceremonia en la Plaza de San Pedro, con la presencia del Papa Francisco, el 30 de octubre de 2019. Los directivos de la Comisión de Familiares de Caídos se llevaron menuda sorpresa cuando se enteraron, a último momento, de la decisión de las islas de no dejar descender a la imagen del avión. Que era una imagen que referenciaba a la guerra y que si hubiesen traído otra, no hubiera habido problemas. Sí permitieron bajar una flor hecha por la artista plástica Silvia Kuhn con venecitas con los colores celeste, blanco y con el centro amarillo.
Separa el aeropuerto del cementerio unos cincuenta kilómetros, de un camino perfectamente transitable, y que en medio de la nada alguien clavó una bandera inglesa, justo por donde debían pasar los familiares. Este camino sale de la base militar de Mount Pleasant, que funciona como aeropuerto y que, tomando una bifurcación hacia el sur, se entra al cementerio de Darwin, “un lugar mágico”, como lo describen los veteranos que lo visitaron. El cartel caminero que señala la dirección a tomar para llegar está casi ilegible.
Cruzando una bahía, se adivina el mínimo caserío de Darwin y un poco más alejado Goose Green. Durante la guerra, no muy lejos de allí, se libró una batalla que duró entre el 27 y el 29 de mayo de 1982.
A lo lejos, pero imponente, domina el desolado panorama de un terreno ondulado con corta vegetación, el Usborne, que con sus 705 metros, es el más alto de las islas. Exhibía su cumbre nevada, algo no muy usual para la época.
Los familiares dispusieron de dos horas a solas junto a las tumbas de sus seres queridos. Los recuerdos y las historias afloraban por necesidad de que fueran conocidas y otras como una forma de mantener viva la memoria del ser querido.
Victoria Pereyra es la hija del sargento Alejandro Pereyra, del Batallón Logístico 10 de Villa Martelli y que acompañaba a su mamá Silvia Azcuaga. Contó que ella tenía casi cuatro años cuando su papá murió, que había visitado el cementerio en 1991 y que ahora había ido como una forma de cerrar un círculo.
Silvina Prámparo evocó a su hermano Edgardo Roberto, soldado en el Crucero General Belgrano. Para la familia y amigos era “Palito”, porque era un flaco de 1,92, cordobés divino y entrador, que le escribió a su hermana durante la guerra un sinnúmero de cartas que guarda todas, y donde a él le divertía reclamarle a ella que le escribiese más. Su mamá María Luisa Ceballos tiene 90 años.
Graciela Medina de Luna estaba junto a la tumba de su hermano Ricardo José Luna, soldado del regimiento 6. Se lamentó a Infobae que Ricardo murió el último día de la guerra en Tumbledown, apoyando al BIM 5, que había hecho el servicio militar, le habían dado la baja y que lo volvieron a reincorporar. Graciela se hizo periodista, y a través de su trabajo se ocupa de mantener latentes las vidas de los que murieron durante la guerra.
También estaban las hermanas Micaela y Marcela Zárate, hijas de Sergio Rubén Zárate, cabo primero cocinero en el crucero y que el paso del tiempo solo hizo que lo quisieran aún más.
No muy lejos Cristina García habla de Guillermo, soldado clase 61, el primer caído que tuvo la Fuerza Aérea, ocurrido durante los bombardeos del 1 de mayo, y Olga Suárez de Gómez, esposa del suboficial artillero Juan Alberto Gómez, aún recuerda como si fuera ayer el último beso que le dio el 14 de abril, cuando se despidió para ir a la guerra, y que le pidió que cuidara a los hijos -ella estaba embarazada- que él volvería. Murió en el Crucero General Belgrano.
Ángela Campero estaba muy acongojada. Es tía de Luis Alberto Díaz, soldado del regimiento 7, al que habían incorporado a la banda de música. Confesó que no podía explicar su muerte, que ella lo quiere a su “Luisito”, que asegura “era un pan de Dios”. Le entristeció conocer el cementerio, porque siente que los muertos están muy solos, y se lamenta al contar que su mamá María Juana, a la que todos conocían como Rosa, lo esperó hasta último momento. No llegó a enterarse de que los restos de su hijo fueron identificados en 2018. También estaba María Díaz, la hermana de “Luisito”, y que cuando visitó la tumba tuvo sentimientos encontrados de alegría, tristeza y orgullo.
Eduardo Behrendt es el vicepresidente de la Comisión de Familiares de Caídos, y está en ejercicio de la presidencia. Con su hermano Edgardo, cabo segundo del Belgrano, se llevaban 18 meses, y sus peleas eran tan intensas como el amor que se tenían uno por el otro. Oriundos de Bahía Blanca, Edgardo era deportista y muy querido por sus amigos.
Behrendt sostuvo que “cada familia representa un sacrificio y amor a la Patria” y que la visita al cementerio había sido “una caricia al alma”.
Al finalizar, hubo un rezo de monseñor Pedro Cannavó, obispo auxiliar de la arquidiócesis de Buenos Aires y un toque de silencio de la guardia de honor militar.
Como las autoridades de las islas exigen estar tres horas antes de la partida, programada para las 15:15, un rato antes del mediodía, corridos por un estado del tiempo que se empecinaba a empeorar con el correr de los minutos, se produjo uno de los momentos más dramáticos: el de la despedida.
Antes de abandonar el predio, se tomaron una fotografía grupal, donde se permitió la exhibición de banderas argentinas, siempre que sea de la cintura para abajo, ya que levantarla sobre la cabeza es un gesto leído por el gobierno kelper como un acto político.
Antes de aterrizar, el piloto dijo: “Me tomo el atrevimiento de hablar en nombre de toda la tripulación y acompañarlos en esta carga emotiva que conlleva el vuelo y agradecerles poder ser partícipe con Andes y con la tripulación”. En Ezeiza, en la vieja terminal C, un numeroso grupo de familiares exhibió la imagen de la Virgen de Luján que no pudo estar presente en Darwin.
Ya piensan en el siguiente viaje. De no existir contratiempos, será en marzo próximo e incluirá una navegación al Estrecho de San Carlos, al punto donde en la noche del 10 de mayo de 1982 fue hundido el buque mercante Isla de los Estados, provocando la muerte de 22 de sus 24 tripulantes. La nave llevaba alimentos al millar de soldados del regimiento 5, que fueron los que más sufrieron el aislamiento.
Una más de las tantas historias de la guerra que están comprimidas en una hectárea de tierra y turba en el medio de la nada, pero que también es el centro de todo.