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Volvió al teatro después de seis años para hacer una divertida dupla con Moria Casán en la comedia Cuestión de género. “La imagen que tuve de Moria siempre fue buena. Es una mujer inteligente, valiente y va de frente. Siempre tuve una admiración particular por ella”, le confiesa Jorge Marrale a LA NACION.
Un rato antes de subir a escena, en la intimidad de su camarín y mientras deja enfriar un té, el actor reflexiona sobre los 51 años de trayectoria y lo mucho que le costó poder vivir de este oficio, rememora a los villanos que interpretó, dice cuánto le preocupa la actualidad del país y nuestra cultura. Además cuenta que volvió a enamorarse.
—¿Extrañabas subirte a un escenario?
-Muchísimo. Lo último que hice en teatro fue El vestidor, con Arturo Puig, y después vino la pandemia y cortamos. Tenía muchas ganas de volver al teatro. Cumplí 51 años de trabajo e hice de todo, pero la actuación tiene algo maravilloso y es que no importa la edad en la que estás porque en cada personaje encontrás algo nuevo adentro tuyo. Cuestión de género es algo nuevo, por ejemplo. Nunca había trabajado con Moria aunque nos cruzamos en la novela Doble vida, pero no compartimos ninguna escena. Leí la obra y pensé que había algo más que interesante porque toca muchos temas actuales. Y cuando el productor Pablo Kompel me dijo que la idea era que la hiciéramos con Moria, me gustó. Siempre le tuve una admiración particular, pero tenía que hacerme a la idea de cómo iba a ser.
-¿Y cómo es?
-Fantástico. No tuvo que pasar mucho tiempo para darme cuenta porque hicimos una primera lectura en una trattoria. El encuentro fue maravilloso porque pensamos que si la primera lectura era así, esto iba a funcionar. No necesitamos ponernos demasiado de acuerdo, todo fluyó como si hubiésemos ensayado hacía tiempo. Fue un plafón de partida muy lindo y divertido. En noviembre hicimos ensayos del primer acto porque yo tenía que filmar una película y Moria tenía que ir a Mar del Plata con Brujas. Luego, a la distancia el director, Nelson Valente, miraba y nos hablaba a través de su computadora. Y con el tiempo, además, se incorporaron Paula Kohan y Ariel Pérez De María.
-Los dos tienen perfiles muy distintos en su larga trayectoria, ¿hubo prejuicios?
-Si hubiera pensado demasiado en cómo sería trabajar juntos porque tocamos mundos distintos, habría tenido prejuicios. Pero no los tuve; ni uno. Me gusta mucho la obra y lo que plantea, además.
-Decías que en todos tus personajes encontrás algo tuyo, ¿qué descubriste con este?
-Este es un político bastante macaneador que está en plena campaña política. Y lleva 30 años de casado con su mujer, que un día le cuenta su secreto. Además, tiene una hija adoptiva que hace una revelación. Hay algo del acting que sucede tan vertiginosamente que vamos en un tren a la misma velocidad del público. Con humor se habla de identidad de género, de enfermedades, de adopción… Tiene muchas variables la pieza y en todo esto encontré cosas para identificarme con el personaje porque es la pelea que hoy tiene la sociedad con las minorías que están tratando de atravesar el momento. Es interesante ver la lucha del personaje de Moria y la confrontación con el mundo exterior, con su marido, su hija y el novio de ella. Me plantea mi posición frente a esto que sucede y tanto costó a tanta gente, y ver de golpe que hay determinaciones en la actualidad de excluir, de no aceptar. Se vive un retroceso muy grande y doloroso. Además, confirma que nada está ganado.
-Siempre estuviste comprometido con la realidad, también desde Sagai, que presidís hace varios años, ¿cómo vivís la realidad de nuestro país y el recorte de subsidios a la cultura?
-Sagai y todas las sociedades de gestión tuvieron una actitud muy contraria a las propuestas de la Ley de Bases, porque ya había habido antes algún movimiento que incluía ver qué pasaba con las bibliotecas, el Instituto Nacional del Teatro y muchas instituciones que realmente tienen un valor muy trascendente. Me dio satisfacción ver que en la entrega de los Martín Fierro de Teatro hablaron muchas compañeras y compañeros, y la verdad es que lo del Instituto Nacional de Teatro no tiene ninguna explicación porque no hay forma de entender un cercenamiento de un lugar de apoyo a la construcción cultural, verificando además que la gente apoya ese teatro. Me parece que esto forma parte de un ataque a la cultura en general y no lo entiendo porque si la cuestión es ahorrar dinero, se está ahorrando mal. Empiezo a pensar que el plan es otro y no tiene que ver solamente con la cultura, sino que hay un plan que quieren imponer y es un sistema cultural de limitaciones. Me preocupa seriamente.
-Y desde Sagai, ¿cómo ven la situación del sector audiovisual?
-Sagai, que ahora cumple 19 años, es una sociedad que se ocupa esencialmente del trabajo audiovisual y cada vez hay menos, sobre todo si vemos lo que sucede con el Incaa. Este año no se estrenó ninguna película, cada vez se filma menos y, en cambio, Uruguay se desarrolló con las producciones argentinas que se filman allá porque hay incentivo además. ¿Por qué se corta el fomento acá? ¿Con qué idea? Yo soy una persona medianamente conocida precisamente gracias a la televisión, como tantos actores y actrices. Estamos casi supeditados a la voluntad de una plataforma que a través de un productor argentino nos permita trabajar. Ahora hicimos La jefa, para Disney, con Natalia Oreiro y aún no sé cuándo se estrena. En ese sentido, en lo personal no me puedo quejar.
-Fuiste el villano favorito de muchas novelas…
-Sí, uno de los villanos… La gente me quiere mucho, soy muy agradecido porque ahí te das cuenta de lo inteligente que es nuestro pueblo para la mirada. No sé si hay otro público como el nuestro. Muchas veces me puse a pensar por qué me proponían personajes de villanos, de determinada fuerza y características. Recuerdo que los primeros villanos interesantes los hice en el canal público en los años 80, dirigido por María Avellaneda, tal vez la primera directora que admiré y que vio en mi carácter algunas formas que le interesaron. Y después seguí. Pero hice muchos personajes, lo que pasa es que en la memoria de muchos quedaron personajes como el Astor Monserrat de Vidas robadas; fue francamente muy espectacular porque era una cosa con la familia y otra, con la trata de personas. Sirvió mucho esa novela y eso también se extraña porque nuestras ficciones siempre tenían algún derivado de componente social que pegaba y la gente aprendía.
-¿Es verdad que sos actor gracias a un tío calabrés?
-Vengo de familia española, de Galicia, e italiana, de Sicilia, pero tenía un tío calabrés, Francisco -el tío Chicho-, que era un gran sastre como tantos que vinieron a nuestro país, y fue el que me introdujo a ver más cine italiano. He sido muy familiero y siempre tuve un vínculo amoroso con mi familia; tengo primos hermanos que vienen a ver las obras y me alientan como al comienzo. Eso es muy importante y esa familia me constituyó; son laburantes y solidarios.
-Durante muchos años trabajaste paralelamente en Segba y en Gas del Estado hasta poder ganarte la vida como actor…
-Ingresé a Segba como proyectista porque soy técnico mecánico. Estuve un año para la construcción de una unidad que se hizo íntegramente en la Argentina y después pasé a Gas del Estado, donde estuve 11 años. Paralelamente estudiaba en el Conservatorio de Arte Dramático. Dejé Gas del Estado en 1981 cuando hacía rato que ya estaba trabajando de actor y ya habían nacido mis dos hijos mayores, Federico y Camila. En 1980 se estrenó Boda blanca, en el Teatro Planeta. Recuerdo que ahí me llevó Alicia Zanca, quien me presentó a la directora; era una obra en plena dictadura y siempre estábamos esperando que pasara algo o tiraran Gamexane. Ese trabajo me colocó en la televisión porque aunque había hecho algunas cosas de Nené Cascallar, todavía no me miraban. Esa obra me dio visibilidad y recién ahí pude dejar de trabajar en Gas del Estado. No fue tan fácil, tuve que volver a hacer trabajos de otra índole hasta que me pude instalar en la actuación. Fue difícil, pero una época magnífica, de auge, muy potente después de la dictadura y de mucho talento. Con el tiempo me afiancé y tuve la suerte de hacer mucho teatro, un espacio que agradezco. Me consolidé en el teatro y me sirvió para la televisión.
-A pesar de tu popularidad siempre tuviste un perfil bajo.
-Siempre me pareció que era importante esta cuestión de la vida privada. Cuando veo tanta exposición, me agarra escalofríos. Nunca abrí las puertas de mi vida porque no me atrae y porque considero que el trabajo del actor es artesanal y tiene que ver con otra cosa. Pero puedo contar que tengo cuatro hijos, y soy abuelo de cuatro nietos.
-¿Y estás en pareja?
-Sí, desde hace poco tiempo. Vivo el amor como una revelación porque, como en la actuación, siempre hay algo nuevo y es el otro quien lo descubre.
-¿Es del medio?
-No, tiene que ver, pero no. Volví a enamorarme después de mucho tiempo y me vino bien estar solo. Porque siempre viví en pareja y en familia, y estar solo por primera vez y durante un tiempo bastante largo, me hizo conocerme a mí mismo de una manera distinta. Y ese espacio me hizo crecer. Por supuesto, la mejor vida es la de estar enamorado y en pareja, pero cuando no se da está bueno tener la experiencia de ponerle el pecho a la vida solo porque aprendés muchas cosas.
-¿Qué aprendiste durante esa soltería?
-Por ejemplo, a tenerme un poco de paciencia porque siempre fui muy ansioso y todavía lo soy. Pude dialogar conmigo, en soledad.
-¿Qué otros proyectos tenés?
-Hice una película que se llama La casaca de Dios, con dirección de Fernán Mirás y libro de Marcos Carnevale y también de Fernán. Fue una experiencia muy potente. Y hace poco se estrenó Adiós a las lilas, una hermosa película que hice en Río Cuarto (Córdoba). Hay polos audiovisuales con gente que trabaja con mucho ahínco y es una de las alternativas que aparecen, que las provincias saquen sus leyes de cine, ya que el Incaa está paralizado; y que los particulares también aporten.
Cuestión de género, de miércoles a sábado, 19.30, y los domingos, 19.15, en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343).