Owen Crippa y el regreso del 4-A-115 que combatió en Malvinas

En plena Guerra de Malvinas, el 21 de mayo de 1982 se produjo un hecho único para nuestra Aviación Naval —y probablemente para toda la aviación mundial—. Un avión de entrenamiento avanzado, al mando del teniente de navío Owen Crippa, localizó a la flota inglesa compuesta por catorce embarcaciones. Y, pese al fuego enemigo, atacó a una fragata de 3.200 toneladas y 113 metros de eslora. Además, logró identificar y dibujar la posición del resto de las naves.

El avión en cuestión era un Aermacchi MB-339 con la denominación 4-A-115, armado con cañones de 30 mm y cohetes Zuni de 5 pulgadas.

Todo había comenzado el día anterior, cuando un destacamento del Regimiento de Infantería 25, al mando del teniente primero Carlos Esteban del Ejército Argentino, descubrió el “punta” del desembarco británico. Luego de informar por radio, debieron replegarse, no sin antes derribar tres helicópteros que los hostigaban. A la mañana siguiente, la Aviación Naval preparó dos Aermacchi: uno al mando de Crippa y otro para Horacio Talarico. Pero esta segunda aeronave no pudo despegar por tener un neumático averiado. Crippa tomó entonces la decisión de cumplir la misión en solitario.

Dirigiéndose hacia el área indicada por el teniente Esteban, Crippa visualizó un helicóptero Sea Lynx inglés en vuelo estacionario. Se dispuso a atacarlo, pero cuando el piloto enemigo lo detectó y quiso huir, Crippa descubrió un blanco más importante y “le perdonó la vida”. En las aguas del estrecho de San Carlos, entre otras embarcaciones, se encontraba la fragata HMS Argonaut. Sabiendo que su armamento era liviano frente a semejante objetivo, primero disparó ráfagas de cañón sobre una torreta antiaérea en la que había movimiento. Luego dirigió sus cohetes contra antenas y domos de radar, inutilizando los sistemas de comunicación de la Argonaut.

Y luego vino la huida… Volando rasante a 700 km/h, a solo tres metros del agua, zigzagueando entre embarcaciones enemigas, esquivando un misil y atravesando una lluvia de explosiones que hervían el mar, Crippa logró salir de la bahía sin un solo impacto. Pero al pasar por la zona conocida como Punta Chancho observó aún más barcos enemigos. Lo lógico hubiera sido regresar a Puerto Argentino e informar, pero pudo más su profesionalismo: volvió a sobrevolar el cerro Montevideo, dibujó en su anotador —como hacen los pilotos— la posición y tipo de cada nave y, solo entonces, enfiló hacia Puerto Argentino, donde ya había avisado por radio que prepararan más cohetes para reanudar el ataque.

La información que traía era crucial. Ese mismo día, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval atacaron a la flota enemiga, provocando el hundimiento de la fragata HMS Ardent y el destructor HMS Coventry.

El teniente de navío Crippa permaneció en las islas hasta que fue relevado, mientras el 4-A-115 siguió volando con otros pilotos. Pero a mediados del conflicto, se ordenó el traslado de dos Aermacchi a la base de Río Grande, Tierra del Fuego. El comandante Carlos Molteni voló el 4-A-115 “en un viaje durísimo” —como contó a la revista Weekend— con el combustible justo, poca visibilidad, naves enemigas en la zona y hasta esquivando bandadas de aves que atacaban un cardumen. Vale recordar que la absorción de un ave en la turbina podría haber provocado una explosión y la caída al mar.

Finalizada la contienda, el 4-A-115 regresó a su hogar: la Base Aeronaval Punta Indio, sede de la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque. Allí voló poco tiempo más, ya que sus turbinas Rolls-Royce —de origen inglés— quedaron sin repuestos ante el embargo británico.

A mediados de los 90, la situación era crítica: sin repuestos por el bloqueo, muchos aviones quedaron fuera de servicio. Ante la necesidad de repuestos para los helicópteros navales que operaban en la Antártida, se recurrió a una firma particular. Parte del pago fueron varios Aermacchi, entre ellos el 4-A-115.

Parecía el final de la historia. Pero no. Mientras el “4-Alfa” descansaba en un hangar de Texas, muchos patriotas tuvieron otra idea. Durante décadas, particulares y empresas pusieron dinero, conocimientos, contactos y literalmente el hombro para traer de regreso este avión histórico.

Y fue el pueblo natal de Crippa, en la provincia de Santa Fe, el que marcó la diferencia. El 24 de enero de 2025, cuando se abrió el contenedor y el 4-A-115 volvió a ver la luz, todo Sunchales lo aplaudió. Al Aermacchi, a Crippa, a sus mecánicos “que vinieron volando” literalmente, y a todos los artífices de la repatriación.

Los mismos mecánicos que lo preparaban en Punta Indio y en la cabecera de la pista en Malvinas —a cielo abierto y bajo fuego enemigo— tuvieron ahora el placer de volver a armarlo. Finalmente, el sábado 24 de mayo de 2025, fue presentado oficialmente en el Parque del Midget Club de Sunchales. Como dijo Crippa: “Hoy es un día malvinero, hasta en el clima”. Frío, viento y llovizna no impidieron que el público permaneciera estoico durante todo el evento. Fue una ceremonia altamente emotiva, con la masiva presencia de Veteranos de Guerra de todo el país, autoridades provinciales, público de todas las edades y visitantes del extranjero.

El momento culminante fue el descubrimiento del 4-A-115, acompañado por acrobacias aéreas sobre el cielo de Sunchales. Estuvieron presentes integrantes históricos de la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque, desde el comandante Molteni hasta sus mecánicos. Todos subieron al escenario y recibieron el aplauso de pie de toda la concurrencia. Desde la Base Comandante Espora también llegó el casco de vuelo de Crippa, hoy conservado en su museo.

Más tarde, Owen relató en tono familiar sus vivencias en Malvinas, los detalles del vuelo del 21 de mayo y las gestiones para repatriar el avión. Y dio la gran noticia: la creación de un museo en Sunchales, con el 4-A-115 como símbolo y corazón de la causa Malvinas.

La frutilla del postre fue un video sorpresa enviado desde Inglaterra. Fue grabado por el piloto del helicóptero Sea Lynx al que Crippa “le perdonó la vida” aquel día. El británico viajó más de 600 km para reencontrarse con ese mismo helicóptero y filmar el mensaje.

Literalmente, fue un día inolvidable: por la repatriación del avión, el reencuentro de veteranos, el fervor patrio y la promesa de un futuro museo. Una jornada malvinera, de las que se guardan para siempre.

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